Crecí rodeada de máquinas de escribir porque mi padre era el mejor mecánico que jamás podríais imaginar.
No sólo las arreglaba y limpiaba, había entre él y la máquina una conversación que solo ellos entendían, su tintineo, la suavidad de cada una de sus teclas, ese olor tan peculiar que dejaba impregnada la estancia con olor a tinta fresca, cada marca con su sello personal, cada modelo antiguo que caía en sus manos lo convertía en pieza de museo.
No importaba que fuera sábado o domingo.
Él siempre estaba en su mesa de trabajo disfrutando de su pasión, que no era otra que la de hacer que ellas hablarán con voz propia y pudieran transmitir de forma personalizada lo que otros quisieran contarle.
Me gustaba observarlo en silencio mientras yo leía y escuchar la música de la que se acompañaba que casi siempre solía ser clásica, opera o canciones románticas, y por supuesto las tardes de domingo también les ponía los partidos del Real Murcia y del Real Madrid, mientras la máquina, él y el transistor se hacían buena compañía.
Así que cuando llegó Internet, llegué a odiar ese invento maléfico que nos dejaba sin este recuerdo que siempre perdurará en mi memoria.
Gracias Papá por enseñarme tantas cosas maravillosas y permitirme gozar siempre de tus enseñanzas.
A Emilio Valiente allá donde estés que seguro será cerca de mi siempre.
Concierto para Orquesta y Maquina de Escribir